El valle sin sombras


El silencio abre el documental. Las nieves resplandecen como si presagiaran la tragedia que el largometraje va a revisitar. Un horizonte sobrecogedor se nos presenta en estas panorámicas, uno sublime y terrible. Aun cuando el drama de Armero suene conocido, revive dolorosamente  en El valle sin sombras. Y no solo se siente dolor, sino también rabia, indignación por el suplicio que tuvieron que pasar los sobrevivientes tras el desastre natural. Rubén Mendoza compone un conmovedor recordatorio de una infame tragedia. A través de las voces de los sobrevivientes y de material ya existente, el realizador configura su propio discurso para dar una versión alternativa que desafíe a la oficial. El valle sin sombras dibuja un descarnado paisaje, resultado tanto del desastre como de la indiferencia, ineptitud y mezquindad de toda una sociedad. Mediante distintos dispositivos, en la película se cuenta una historia terrible que se transforma tanto en vindicación (de las víctimas), elegía (de los desaparecidos) e invectiva (de dirigentes negligentes y corruptos). No siempre logra conjugarlos todos; sin embargo, la cinta le otorga una voz estentórea a aquellos que no la habían tenido. La imagen que refleja entonces de nuestra sociedad es incómoda, honesta. El valle sin sombras parte de la tragedia para hacer una radiografía feroz de nuestro país.


El documental alterna los testimonios de sobrevivientes que van narrando sus experiencias de lo ocurrido cronológicamente. El realizador los combina con metraje de la época, panorámicas de lo que queda de Armero y una suerte de puesta en escena que busca visibilizar el efecto que tiene sobre los sobrevivientes el volver al lugar  del desastre. Mendoza sabe conjugar los recursos audiovisuales para potenciar su discurso. Une las observaciones de los sobrevivientes sobre los llamados de alerta con material audiovisual de entonces que soportan dichas afirmaciones. Tras haber presentado una mezcla de ficción y documental en Tierra en la lengua y Memorias del Calavero, esta vez el realizador opta por un material abiertamente documental, lo que no obsta para que utilice estrategias que bordean el cine de ficción: filmar los testimonios entre las ruinas como un escenario, hacer que cada uno de ellos recite en una secuencia las direcciones que tenían en Armero, o fundir en una sola imagen las ruinas y los rostros que miran entre asombrados y nostálgicos lo que queda de la población. A pesar de que no siempre estas estrategias se incorporan efectivamente en el conjunto, El valle sin sombras logra reunir los relatos y evidencias en una sola narrativa que da una visión alternativa de los hechos, en una narrativa que a voz a aquellos que no la habían tenido.



La fuerza y la contundencia que se desprenden de la cinta provienen de las voces a que les da espacio. Mendoza afirmó que su intención no era replicar la versión oficial, sino buscar una distinta. En ese sentido, el documental está configurado para exponer y sostener unos relatos que escapan al discurso que se ha impuesto entorno al desastre de Armero. El realizador demuestra una capacidad de observación y síntesis para que a través de sus testimonios lleguemos a identificar en los sobrevivientes a personas cercanas. No se trata de historias monótonas que se regodean en la añoranza o en la rabia, sino historias donde cabe un humor inesperado, historias que revelan todo tipo de reacciones frente a la irrupción del desastre. El valle sin sombras se convierte en un éxito por ser fiel a los sobrevivientes a quienes da voz, pero, en particular, por ser fiel a una perspectiva personal por la que ha optado el realizador. La infame tragedia se vuelve un espejo de nuestra sociedad en la película, un recordatorio de una indiferencia, de una corrupción endémica y de una codicia que no se detiene ni frente a la tragedia. Aun con sus defectos, hay pocas películas colombianas que narren con tal precisión en qué consiste ser colombiano, o, por qué no, simplemente un ser humano. Antes de terminar, vuelvo al silencio, a esas imágenes del nevado con que se abre el largometraje. Ese silencio resuena como para recordarnos la existencia de una naturaleza majestuosa que pervive sobre nuestros pequeños dramas, una constancia de nuestra diminuta dimensión. A partir de un desastre natural, El valle sin sombras relata nuestra honda y frágil humanidad.


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