En el corazón del mar


El mar ha inspirado muchísimos relatos. Unos inmensos, exploraciones que buscan lugares recónditos y que revelan patentemente nuestra humanidad. Otros se suman a un numeroso catálogo de aventuras que se olvidan rápidamente. En el corazón del mar pertenece al segundo grupo. Solamente en su superficie recuerda a los primeros, aquellos que nos confrontan con algo profundamente vital e inabarcable. La anodina travesía que cuenta la cinta intenta volver a su espectacularidad visual en un sustituto de una narración meditada y emocionante. El director Ron Howard adapta la crónica del naufragio del Essex, incidente que fue una de las inspiraciones para que Herman Melville escribiese Moby Dick, con base en el libro del mismo título de Nathaniel Philbrick. El largometraje, de hecho, incluye a Melville como personaje con quien conocemos la verdadera historia del hundimiento del navío. Acá acaban las conexiones entre novela y película, y sería injusto, por lo demás, juzgar a la cinta con el rasero de la novela, a la que unen únicamente lazos anecdóticos (fabricados por la película, ya que Melville no realizó la entrevista con que abre y cierra el conjunto de su narración). En el corazón del mar si acaso prueba que un mismo evento puede inspirar historias de perspectivas disímiles, si no contradictorias. Howard recurre a un audaz trabajo visual para contar una predecible aventura que toca media docena de conflictos sin desarrollar enteramente ninguno. Sosamente desgasta sus dos horas en secuencias espectaculares y en dramas apenas esbozados.



El largometraje abre en Nantucket. Hasta allí ha ido Melville (Ben Whishaw) para entrevistarse con el último sobreviviente del misterioso naufragio del Essex, Tom Nickerson (Brendan Gleeson) –una de las pocas cuestiones verdaderamente misteriosas del film es el prematuro envejecimiento de Tom, que 30 años antes es interpretado por Tom Holland—.  El viejo Tom, reticente al principio, finalmente accede a contarle al escritor su historia: El malhadado periplo tiene como protagonistas al experto, valiente y casi infalible primer oficial Owen Chase (Chris Hemsworth) y al arrogante capitán George Pollard (Benjamin Walker), capitán solo por su origen familiar. El conflicto que uno imagina ha de animar la cinta se diluye, tal como se diluyen las alusiones a una industria que codiciosamente destruye el ambiente y como se diluyen los padecimientos que sufren los marinos al tener que sobrevivir en pequeños botes en alta mar. A En el corazón del mar no lo salva siquiera la irrupción de un furioso y violento cachalote. Anda a la deriva deshaciendo nudos y atándolos a toda prisa. La película de Howard se estanca en una presentación rutinaria de aventuras superficiales con un trasfondo bien intencionado que al final no implica mucho en realidad.


No es precisamente falta de ambición el problema del largometraje. A partir del guion de Charles Leavitt, Howard incluye desde observaciones sobre la organización socio-económica del negocio ballenero a una que otra alusión a la explotación petrolera de hoy. La película brevemente se transforma en una alegoría de tintes ecologistas que predica una reconciliación entre el ser humano y el medio ambiente. Sin embargo, el director no se ha caracterizado por su tendencia al análisis socio-económico, ni tampoco por su tendencia a la exploración psicológica –que es a lo que apunta algunos de los conflictos que se presentan—. Por ello, la cinta funciona mejor cuando es puro espectáculo, por ello una cinta como Rush –en la que primaba un conflicto sencillo y daba para una tratamiento más centrado en el espectáculo— dio mejores frutos. Los múltiples temas y las situaciones complejas apenas se delinean sin que se los desarrolle, el tratamiento visual que abarca desde panorámicas y travellings mastodónticos hasta primerísimos planos no se integra con los dramas chatos sobre los que se centra la cinta. Bien es verdad que algunas imágenes llegan a tener la apariencia de las ilustraciones  con que acompañaban las ediciones de libros de Julio Verne o de Emilio Salgari. Meros instantes de ingenio que se hunden en una aventura carente de verdadero relieve.



Un buen número de críticos han coincidido en elogiar el tratamiento visual de la cinta. Ignatiy Vishnevetsky encuentra en este la unidad que la narración no logra proveerle al film. El despliegue audiovisual sería el centro sobre el que gira todo entonces. No obstante, en la función en que estuve, en 2D, no pude observar tal. Es más, algunos de los primerísimos planos se veían con desenfoques que no parecían intencionales. Christopher Gray, quien también dice haber visto la cinta en 2D, hace observaciones en el mismo sentido: debido al cambio al 2D quizás se producen esos defectos en las proyecciones. En el corazón del mar quizás sea una película que necesita del 3D para ser convenientemente apreciada, pues de otro modo no se puede visibilizar una de sus presuntas fortalezas. En el entendido que solo podemos embriagarnos con la majestuosidad de la cinta en 3D, lo que puedo afirmar es que en 2D la espectacularidad de sus imágenes se reduce a secuencias de acción, mientras que el resto del film navega en una nada destacable medianía.


En tanto que es de subrayarse el notorio esfuerzo de producción por recrear vívidamente una aventura en el mar, la historia de la película no se sale del curso de lo rutinario. En el corazón del mar sucumbe, ya que no se aleja de derroteros conocidos, ya que sus revelaciones no hacen sino repetir consignas que de tanto reiterarse se han vuelto prosa vacía. Por escasas secuencias, la audacia visual conmociona. El efecto dura poco empero, pronto todo parece dar paso a clichés y lugares comunes. La película de Howard parece coleccionar personajes y peripecias fácilmente distinguibles a las que no dota de atractivo o emoción. Se concentra en un espectáculo que aturde, pero que como tantos otros relatos de aventuras se va desvaneciendo rápidamente, tras el fin de la función.






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