Deadpool
Los
créditos iniciales son suficiente ilustración de lo que vendrá: una
espectacular imagen congelada sobre la que desfilan estereotipos que
identifican al elenco y a los miembros del equipo de producción. Deadpool
no es precisamente una sátira, sino más bien una entretenida variación de la
típica película de superhéroes. A pesar de que se le etiquetó como subversiva,
se trata de un producto predecible demasiado consciente de sí mismo y, acaso,
demasiado indulgente. Deadpool, el personaje, desafía los rasgos más
reconocibles de los superhéroes en una historia que no hace más que seguir al
pie de la letra los esquemas y convenciones de las películas de
superhéroes. A su favor puede decirse que no pretende ser más de lo que es: un entretenimiento
divertido y olvidable. Tan efectivo es en ello que no sorprende el amplio éxito
que ha tenido entre los fanáticos del cómic y el público en general. Deadpool
sabe modificar una fórmula con un nuevo ingrediente que, sin alterarla, le da
un sabor ligeramente distinto. Es, pues, un film hecho como pasatiempo que se
regodea en ello. La película de Tim Miller se constituye en un espectáculo
hecho para consumirse y dejarse atrás.
El
largometraje empieza in media res. Deadpool (Ryan Reynolds) busca a Francis
(Ed Skrein), el villano, para que deshaga las cicatrices, literalemente, que le
dejó. Para explicar cómo hemos llegado a este punto, una serie de obligados
flashbacks exponen el pasado de Wade Wilson -hoy Deadpool-: primero un
mercenario que vive de ajustar cuentas con otros rufianes, Wilson conoce y se
enamora de Vanessa (Morena Baccarin), con quien empieza una tórrida relación,
pero, cuando todo parece conducir a idilio sin matices, aparece el efecto
trágico de un melodrama: Wilson es diagnosticado con múltiples cánceres en
etapa terminal. Ante esa perspectiva, el protagonista abandona a Vanessa y
acepta ser parte de un tratamiento experimental que resulta ser una trampa.
Sadísticamente Francis lo somete junto a su secuaz, Polvo de Ángel (Gina
Carano), a condiciones extremas mientras le inyecta ADN mutante. De sobrevivir,
Wilson mutará y podrá ser vendido como esclavo con superpoderes al mejor
postor. Tras una pelea con Francis, Wilson parece estar condenado a la muerte.
No es así. Ya ha mutado y puede regenerarse infinitamente. Su apariencia, no
obstante, es la de un hombre que parece haberse quemado por completo. Así no
puede volver con Vanessa, medita Wilson. Lo que le queda entonces es rumiar la
manera en que obligara a Francis para recuperar su apariencia. Bajo el nombre
de Deadpool y con un traje que no tiene otro objeto que ocultar su rostro,
Wilson tratara de deshacer sus males. Un par de x-men, Coloso (Stefan Kapicic)
y Negasonic Teenage Warhead (Brianna Hilderbrand), intentan persuadirlo para que
use sus poderes como un superhéroe corriente. Wilson no cambiará: de principio
a fin es un recalcitrante (o hilarante, según como se mire) ególatra a quien le
tiene sin cuidado los propósitos altruistas que mueven a los justicieros
enmascarados. La misión de Deadpool será, en últimas, salvar a Vanessa, lo que
lo transforma, a pesar de sí mismo, en el protagonista de una historia más de
superhéroes.
Por
casi todo el metraje, la voz de Deadpool acompaña el relato. En tono
irreverente, no se cansa de soltar irónicos comentarios, siempre embebidos en
la cultura popular. Es frecuente también que interpele al público, como para
hacernos cómplices, como si así reflejase nuestra fantasía. Deadpool
solo puede observarse como subversiva si se asume que las historias de
superhéroes son un terreno completamente independiente del resto de la ficción.
Antes que ser verdaderamente desafiante, la película se congratula al concretar
una fantasía muy extendida: una que surge de pulsiones simples y claras, una
que tiene una afinidad con fantasías adolescentes. Aun con toda su ironía, lo
que mueve a Wilson es volver a ser atractivo para no tener dificultad alguna en
su relación con Vanessa. Una cuestión muy convencional para un superhéroe que
se vende como el primero pansexual, diría yo. El imparable sarcasmo de Deadpool
no esconde sino el mucho más convencional y entendible sentimentalismo. Ahora,
sin la etiqueta de subversiva probablemente no habría sido tan atractivo
comercializar a la película, sin ella sería más censurable el cinismo con el
que parecen restregarnos que la película no incluye mayor novedad. Deadpool
mantiene la atención por la energía que despliega su protagonista, razón para
distinguirse a cintas similares. Por lo demás, esa es la única diferencia que los
productores quieren mantener con esas otras películas de superhéroes. El
largometraje de Miller se contenta con ser un entretenimiento pasajero. Es
suficiente ser entonces una imagen que se congracia con su público por medio de
una divertida corteza y cuyo fondo no hace sino encerrar una fantasía chata sobre
quiénes somos. Deadpool es sencillamente una divertida película de consumo.
Ni más, ni menos.
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