Taxi Teherán
El
modo en que se realizó la película fue condicionado por las restricciones que
le impuso la condena a Panahi. El intento por silenciarlo transformó
creativamente al realizador iraní, pues ha supuesto un impulso para que a
través de ingeniosas estrategias desafíe la sentencia y continúe con su labor
creadora. En su cine, ahora se presenta una abierta reflexión sobre el hacer
cinematográfico mismo. Taxi Teherán sigue a Panahi en el papel de
taxista que conduce a distintos pasajeros en el curso de unas pocas horas. Con
pequeñas cámaras, el realizador graba los recorridos y conversaciones que
sostiene con los distintos pasajeros que lleva. Es tal la naturalidad de los
encuentros que resulta difícil afirmar que sean realmente espontáneos o partes
de una ficción que imita a la perfección el aura de autenticidad del día a día.
El largometraje es una suerte de documental ficticio, o de ficción con registro
de documental. Casi como si tratase de una historia grabada en tiempo real, el
film sigue a Panahi y su caravana de pasajeros, y con ese tenue argumento ya
tiene suficiente para dar una versión incisiva de lo que es la realidad
iraní de hoy.
La
omnipresencia de aparatos con que se pueden grabar imágenes es usada
habilidosamente como medio de narración y como modo de insertar la reflexión sobre
qué representamos y qué límites queremos imponerle. Ciertamente, prima un deseo
por una representación fiel de la sociedad contemporánea, una en la que
el realizador no sea sino un medio para que esta se muestre. En ese sentido, se
puede comprender el modo en que temas que habían ya aparecido en otras
películas de Panahi, vuelven aquí revisitados con el prisma de la situación por
la que ha tenido que vivir. Si bien por momentos hay cierto dejo de auto
indulgencia en la película, Taxi Teherán avanza en su perspicaz retrato
con una mezcla de humor y drama, una mezcla que imita con exactitud lo que
parece una escena cotidiana. Por lo demás, antes que imponernos un punto de
vista, el realizador nos intenta persuadir de la importancia de no procurar
capturar la realidad con reglas que la reduzcan. En ello, el episodio en que la
sobrina de Panahi trata de seguir las reglas que su profesora le ha dictado
para hacer un video es iluminador, el establecer límites a una realidad
no hace sino falsearla. Las imágenes pueden ser usadas, en cambio, como espacio
para el diálogo de distintas posturas. En este sentido, Taxi Teherán tiene
una conexión con novelas del tipo de Jacques el Fatalista en que un
viaje suponía un pretexto para el diálogo de posiciones disímiles antes de lo
que sería un mero documental sobre encuentros inesperados.
Panahi
realiza con este largometraje uno que es más afín a los de Kiarostami, a
diferencia de sus anteriores películas. No obstante, el cambio no altera esa
mirada que descubre la realidad como un documentalista. Aquí, vale usar
esa división que planteaba que existen dos tipos de realizadores: unos
documentalistas, herederos de Lumière, otros fabulistas, herederos de Méliès.
Aunque creador de ficciones, Panahi vendría a ser un documentalista,
Kiarostami, fabulista. Películas como Taxi Teherán desafían esas
certezas fáciles, por fortuna. A pesar de que semeje una realidad sin trucos,
el largometraje es un artificio completo. O por ponerlo con las palabras que se
opone Brian de Palma a una famosa frase de Godard, las películas mienten 24
cuadros por segundos. Mienten para documentar una realidad como Panahi, o para
reflexionar sobre los relatos al tiempo que los cuentan, como Kiarostami. O
para borrar esas barreras que imponemos, como hacen ambos realizadores iraníes
en sus mejores trabajos. Y, de ese modo, mientras Godard decía que el cine era
la verdad 24 cuadros por segundo, también decía que el cine es el engaño
más encantador de todos. En los mejores ejemplares del cine se reflejan los
rasgos contradictorios y complejos de uno realidad, de una fábula. Así lo
consigue Taxi Teherán que logra, a través de su encantador engaño,
mostrar, a falta de mejor palabra, una verdad.
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