Hacer cine en contravía: En homenaje a Abbas Kiarostami



Hace dos semanas falleció Abbas Kiarostami. Desde entonces, los obituarios, homenajes y retrospectivas se han multiplicado -entre los que se cuentan esos insulsos videos que muestran fragmentos "esenciales" de la películas del homenajeado, como si así se evitara el acto mismo de verlas. Si bien es cierto que el realizador iraní obtuvo un amplio reconocimiento por parte de la crítica y un público especializado, no puede decirse que se tratase de un favorito de las grandes audiencias. Las semblanzas suenan hoy, en algunos casos, como el tributo que forzosamente se le brinda al reciente difunto (y sí que ha habido tributos por el estilo en este 2016 con motivo de las muertes de Alexandre Astruc, David Bowie, Michael Cimino, Alan Rickman, Vilmos Zsigmond, Andrzej Zulawski y Jacques Rivette, por nombrar algunos). Fallecimiento obliga, y por ello se van recuperando cronologías, se van acumulando retrospectivas. Una cuestión que hace que volvamos a la filmografía de un realizador que genuinamente nos reveló de un modo diferente una realidad que se suponía conocida. Kiarostami fue un artista polifacético que convirtió su labor como cineasta en un ejercicio de revelación y desafío. Este pequeño texto intenta solamente dar una indicación de la suma relevancia que tienen sus largometrajes para el panorama cinematográfico, ya que a través de sus filmes el director iraní logró producir ficciones que cuestionan verdades fáciles, ficciones en que sus espectadores participan activamente en su construcción.


Es difícil igualar el asombro que provoca Close-Up (1990). El semi-documental registra como un patético y -recurriendo a lo que es casi un lugar común- entrañable impostor embauca a una familia acomodada al hacerse pasar por el director Mohsen Makhmalbaf, hasta que, tiempo más tarde, es descubierto y se comienza un proceso penal en su contra. Kiarostami potencia la insólita anécdota haciendo del relato un espacio en que ficción y realidad se funden sin diferencias. Close-Up es el relato de un fingimiento, pero también es la documentación de cómo se hace la película misma. Metaficción y naturalismo conviven sin problema en la obra del director iraní. El cine fue para Kiarostami un terreno abierto de permanente exploración y reinvención, ya fuera como en la llamada Trilogía Koker, en que se revisitaba una misma provincia -y a su modo se revisitaba una misma historia-, ya fuera por medio de una suerte de magnum opus como El viento nos llevará. El director buscó plasmar experiencias que supusieran una transformación de la mirada del espectador. Clasificarlo como autor, o como representante de determinada tendencia, no hace sino reducirlo. Kiarostami filmó en contravía  de las corrientes de su época. Veía al cine como espacio para un diálogo dinámico en el que se observan certezas que antes no se veían con claridad.


El mismo realizador señalaba que al hacer Shirin su concepción del cine cambió: la película muestra a más de 100 actrices que observan un filme del que solo oímos su banda sonora -uno que no existe en realidad. Sus reacciones, sus rostros y sus emociones, son la película. Imaginamos otra, una que únicamente escuchamos, una que nunca se nos muestra. Puede decirse que este largometraje sí es un Kiarostami esencial, despojado de toda narración, una experiencia límite a partir de recursos mínimos. Al concentrar nuestra atención en un solo punto revoluciona nuestras ideas sobre la cinematografía y, por qué no decirlo, sobre nosotros mismos. En el texto que escribió con motivo de su muerte, Peter Bradshaw anotaba que la tendencia del director iraní por evitar el típico plano-contraplano debía verse como una suerte de manierismo propio del autor. Más que eso, sin embargo, esta es una estrategia en que un artista usa su medio en modo divergente al uso corriente, con miras a descubrir nuevas alternativas y perspectivas. El cine de Kiarostami se resiste a caer en los lugares comunes de la crítica al no encajar en el "exotismo" con que se reduce al cine de lugares alejados de la gran industria, y al no ser propiamente un autor. Es posible que esta cualidad de ser inclasificable resida en que el director iraní se acercó al medio como un objeto de una práctica artística, lo que por ende lleva a que su labor sea distinta de quien hace parte de todo un sistema de producción, o de quien se ve como una suerte de autor literario. Pero aquí intento imponerle un sentido a un realizador que desafió las nociones más manidas sobre el audiovisual y sobre nuestra contemporaneidad por medio de sus películas: desde aquella que mostraba el drama de un estudiante de colegio hasta las que realizó en el exilio. La importancia del cine de Kiarostami se encuentra en que podamos observar los consumados ejercicios creativos y de provocación para ampliar nuestra visión que realizó, así como la fidelidad de un director a una ética de la práctica cinematográfica que implica hacer filmes con el objeto de despertar la mirada, en vez de adormecerla.



En el enlace se puede ver el documental Roads of Kiarostami.

Comentarios

Entradas populares