Julieta





Aunque parezcan ideales, algunas uniones no llegan a buen término. A primera vista el que Pedro Almodóvar adapte algunos relatos de Alice Munro suena como el inicio de una estimulante relación. No obstante, Julieta no termina de armarse. Y si bien es más audaz de lo que superficialmente se muestra, no deja de ser un largometraje que no consigue responder a la promesa de la que parte. Llamarla fallida es un injusticia, claro está, y, sin embargo, el más reciente filme del director español está lejos de sus mejores trabajos. Se arrastra por el terreno del melodrama sin la irreverencia característica del manchego. Julieta se desenvuelve como una película excesivamente convencional hasta que, en el último tercio, las revelaciones se acumulan desordenadas para que entonces surja, inútilmente, lo inesperado -que ya no lo será tanto. Inesperado también es ver un largometraje que parece tan apegado al género por parte de un director que lo ha subvertido y reinventado tan eficazmente. El mundo literario de Munro no parece ser habitado felizmente en la versión de Almodóvar. Con todo y ello, no obsta notar que Julieta no es un llano fracaso. Por usar (y adaptar) una observación de Daney sobre Truffaut que se ha hecho lugar recurrente en la que dividía los largometrajes del realizador francés en películas Jekyll y películas Hyde, en películas tranquilizadoras y películas perturbadoras. Se puede acotar que el logro del director español es haber realizado perfectas fusiones de Jekyll y Hyde. Almodóvar ha logrado fundir sin fisuras a Jekyll y Hyde en sus más sobresalientes trabajos. En Julieta lo que ocurre es que el lado Jekyll anestesia por completo a su lado Hyde.
 

La protagonista se llama Julieta, por supuesto. Es interpretada en su juventud por Adriana Ugarte y ya mayor por Emma Suárez. Al inicio todo parece felicidad hasta que se entera coincidencialmente de la situación de Antía, la hija a que no ha visto en años. Esta información desencadena una crisis que hace que Julieta rompa con su vida y se enclaustre para escribir una larga carta explicatoria, lo que da el conveniente espacio para los flashbacks en que hemos de conocer su historia. El centro de Julieta es el modo en que las relaciones de estas mujeres surgen y se rompen por azares, trasiegos y tragedias. No hay nada particularmente novedoso en el relato que narra la película. Si en algo se ha de censurar al largometraje es en la tendencia por recorrer una trama tan reconocible con tal solemnidad (a pesar del esforzado trabajo en dirección de arte y fotografía). Casi que por momentos uno se siente viendo un melodrama cualquiera. Aun así, hay unas relaciones complejas que le dan atractivo a Julieta. El mundo que intenta develar el film es mucho más complicado de lo que uno pueda asumir por largos de sus convencionales segmentos. Toda la complejidad que se acumula por retazos se resuelve con largos parlamentos en off, mas no con lo que podamos inferir de lo que se ve en pantalla.


Aun con las innegables debilidades que pueblan la película, debe señalarse la insospechada audacia de la misma. Julieta propone una narración en que intencionalmente el drama se desplaza, lo que vemos es restringido por la perspectiva por la que conocemos la historia. Nos limitamos a ver lo que ve Julieta. Paradójicamente, el drama ocurre en otra parte. A la protagonista únicamente le corresponden las consecuencias, a ella le corresponde solamente el silencio. El silencio con que ha de sobrevivir, y que era el título que en principio tenía el largometraje, da un nuevo sentido a la sucesión de eventos un tanto trillados en que apenas participa Julieta. Se trata de convertir al perspectivismo en una metáfora del drama, una imagen de lo que implica una vida cuya aventura ha sido congelada. Es verdad que de por sí la metáfora funciona como el recurso literario que la origina, como también que redunda con la película misma. El filme se consume al no poder separarse de su origen, se hunde a trompicones en los tropos de un melodrama común. Por lo demás, la irregularidad de la película podía indicarnos que la introspección de la autora canadiense no se ajusta al excesivo -no en este trabajo- mundo del director español. Acaso lo que menos deseemos es volver a ver introspección en un film de Almodóvar. La gélida narración anestesia las cualidades del realizador español en un empaque que requería de un tratamiento más Hyde y menos Jekyll. Si bien puede sonar disonante con mi texto, prefiero terminar con una nota de admiración por la secuencia en que se hace una transición vertiginosa de la joven Julieta (Ugarte) a la mayor (Suárez). La secuencia es una suerte de relectura del juego que establece Buñuel al hacer que la protagonista de Ese oscuro objeto del deseo, Conchita, sea interpretada  tanto por Ángela Molina, como por Carole Bouquet. La Julieta de Almodóvar es Ugarte hasta que el dolor la transforma en Suárez, hasta que el dolor la vuelve una Conchita que vive atada a un mundo de constante desesperación. De algún modo, la secuencia es toda una joya que vale toda una película. A veces eso es suficiente para justificar un largometraje. O a veces simplemente es la señal de que toda posible gran película se ha visto disminuida por aferrarse al incorregible y fastidioso señor Jekyll.


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