El cliente (Forushande)
No debía de sorprendernos que una película sobre el
desmoronamiento de una relación comience con el resquebrajamiento de los
cimientos de un edificio. Incluso nos debía de causa cierta desconfianza. Sin
embargo, la película nos aturde, Por buena parte de su metraje, El cliente
(Forushande) expone el modo en que se deteriora la relación de una
pareja a causa de un evento traumático. Ese no es el único drama que cuenta el
más reciente largometraje de Asghar Farhadi, sin embargo. La película también
relata una caída como si fuera una tragedia, como si fuera, mejor, un drama que
irrumpe y rompe la lógica del relato. La producción del realizador iraní es un
ambicioso filme que no termina de hilar la tragedia con el drama íntimo. De modo admirable, Farhadi narra la manera en que una apacible relación
amorosa se ve envenenada por la irrupción de la violencia. El contundente
relato inicial es atravesado a su vez por otro, uno que solo surge en el
tercio final. Las observaciones y comentarios que puedan derivarse de este
quizás resulten de sumo interés para describir la sociedad iraní de hoy y, no
obstante, no parecen ser consecuencia de la historia que hemos estado viendo. Y
mientras El cliente es un filme elogiable al indagar las reacciones de
sus protagonistas frente a un trauma, su desenlace, aquel con el que se buscaba
poner el dedo en la llaga, termina difuminando la historia central. Un sabor
agridulce deja El cliente, un largometraje admirable y problemático.
Desde el principio se nos enfrenta a la fragilidad.
Rana (Taraneh Alidoosti) y Emad (Shahab Hosseini) tienen que abandonar el apartamento
en que viven, ya que el edificio se está viniendo abajo por problemas
estructurales. En un largo
plano-secuencia se muestra el ajetreo de los residentes al ser evacuados ante
lo que parece un inminente derrumbe. Una ventana se resquebraja frente a
nosotros como signo de futuras rupturas. La pareja consigue otro apartamento
gracias a uno de sus colegas, Babak (Babak Karimi), con quien preparan el
montaje de Muerte de un viajante. Emad y Rana esperan que la nueva
vivienda sea el hogar de una naciente familia. Continúan, pues, sus vidas
rutinarias: Emad, profesor en un colegio de día, actor de noche, Rana, dedicada
a organizar la vivienda y a la actuación. No obstante, la violencia irrumpe.
Una noche Rana deja entrar por error a un desconocido que la asalta (lo que
exactamente ocurre queda envuelto en una bruma de misterio). Por causa de sus
heridas, Rana es llevada al hospital. Solo entonces la pareja se entera de que la
anterior arrendataria era una prostituta que atendía a su clientela en el
apartamento. El evento trastoca la vida de ambos. El cliente usa el
drama íntimo para estudiar los cambios de los protagonistas y para mostrar las
contradicciones de la sociedad iraní. Y así como en lo primero la película es
contundente, al introducir lo segundo el filme se enrarece, ya que más que una
ramificación de la historia central parece haberse añadido a la fuerza esta conclusión a un relato de una naturaleza
distinta.
Farhadi es un agudo observador de la vida cotidiana y
sabe transformar ese día a día en una fuente dramática. Así, por ejemplo, las
escenas en el salón de clases de Emad son un indicador de los cambios que sufre
el personaje: el amable profesor del comienzo pasa a ser uno tiránico y
distante tras el violento suceso. Los eventos cotidianos son la base sobre la que se construye el
drama: una historia de cómo la aparente estabilidad se quiebra paulatinamente.
Nada sobra en la narración, la cotidianeidad se incluye con fines dramáticos,
pues estamos en un relato realista de dramaturgia clásica. La pareja entrañable
parece no poder soportar las consecuencias del trauma y en ello se enfoca la trama. No hay soluciones fáciles
en el cine de Farhadi. El cliente muestra de modo palmario la
vulnerabilidad de nuestras relaciones y de nosotros, tan ingenuamente seguros y
tan ciertamente indefensos. La conclusión de la historia adiciona una tragedia
inesperada: el dilema de una justicia tradicionalista que busca resolver las
mismas contradicciones que habitan a la sociedad iraní. De repente, el
largometraje nos pone en primer plano a una sociedad machista que se aferra a
códigos de valor y de vergüenza, códigos que no sirven para sanar la herida que
han sufrido Rana y Emad. Esta última inclusión resulta problemática, debido a
que tiende a convertir al drama realista en una alegoría desconectada de ese
mismo drama. El cliente concluye con una nota estridente que no encaja
con el resto de la narración.
Bien podía afirmar que es la decisión por hacer de El
cliente una lectura perversa de Muerte de un viajante la que vuelve
problemática a la película. Farhadi no utiliza de modo evidente a la obra de
Miller. De hecho, plantea un aparente paralelo –Emad hace el papel de Willy
Loman en el montaje– que encubre la manera en que la película traza un paralelo
con la pieza teatral. El cliente no busca simplemente hacer una versión
iraní de Miller, sino que reinterpreta esa obra dentro de las tensiones que se
viven hoy en Irán. Las contradicciones entre los actos de las personas y los
valores que dicen predicar son cuestiones que se señalan en ambas obras. Aun así,
solamente esto se subraya en el largometraje en su tramo final, un clímax que
parece sumar un nuevo drama con el que se asordina el que se venía narrando. Es
difícil decir qué tanto de deliberado tiene la decisión de alterar el curso de
la trama tan dramáticamente. Uno podía suponer que Farhadi nos quiere retar al
quebrar el realismo para darle paso a otro tipo de drama; uno puede
suponer que El cliente quiere separarse de la dramaturgia tradicional y confrontarnos
con el alucinante abismo de una realidad que escapa a convenciones. Lo cierto
es que esa inflexión no guarda completa relación con la historia que ha contado el
filme al punto que incluso la desdibuja. Quizás ese sea el objetivo del realizador.
Mostrar como la violencia desestabiliza hasta las convenciones del drama. No
obstante, me inclino a pensar que se trata más bien de la incapacidad que
sufrimos al no poder hacer de nuestros dramas las tragedias de antaño, de la
muerte de la tragedia que diría Steiner, pues hoy estas son imposibles.
En definitiva, El cliente es un arriesgado
largometraje que sucumbe a sus propias aspiraciones. Soberbio en la exposición
de nuestras fragilidades, el contraste que propone al mostrar una sociedad
sumergida en contradicciones no parece darle una feliz resolución al relato.
Aun con ello, el cine que practica Farhadi es mucho más relevante que los correctos
y algo desabridos pastiches que hoy acaparan la atención del público y las ceremonias de premios.
Trailer
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