Z La ciudad perdida

 
“Perhaps life is just that... a dream and a fear”
―Joseph Conrad


De manera inadvertida pasó por las salas de cine Z: La ciudad perdida. Una señal de que aquellas aventuras "épicas" de antaño no gozan del favor del público hoy. Esto está en consonancia con ese aire de nostalgia que permea el magnífico filme de James Gray. Z: La ciudad perdida es una espléndida crónica sobre el fin de la aventura. Su apariencia clásica encubre una narración profundamente moderna. La obsesiva búsqueda de las ruinas de una civilización desconocida es la excusa para dar pie a una historia que parece el pálido reflejo de otras exploraciones, esas sí celebradas en tono rimbombante. El largometraje narra entonces la historia de un explorador, Percy Fawcett, para una audiencia a la que le son indiferentes las historias de exploradores. El tono crepuscular es inseparable de un relato que parece no estar acorde a los tiempos que vivimos. Sin embargo, el filme resulta fascinante. Una fascinación que surge de la precisión con que evoca los tiempos en que sucede la historia, de la exactitud con que retrata las virtudes y flaquezas de su protagonista. Z: La ciudad perdida sigue las formas de las películas clásicas, si bien su retrato es más bien impresionista. Gray elabora una fábula con apariencia convencional que cuenta el fin del ilusorio relato del explorador invirtiéndolo: ahora, el explorador ya no nos devela los territorios desconocidos, sino que el mismo se termina por fundir en el misterio de ellos.


En los albores del siglo XX, Percy Fawcett (Charlie Hunnam), oficial del ejército británico, acepta la misión de la Royal Geographical Society para determinar la frontera entre Bolivia y Brasil, y así evitar un conflicto bélico. Aunque no sea una misión que en principio lo motive, Percy acepta con la promesa de limpiar su nombre –manchado por el comportamiento de su padre– y de este modo poder ascender en la institución. En compañía de Henry Costin (Robert Pattinson) y Arthur Manley (Edward Ashley), Percy emprende un viaje en el que, por casualidad, cree toparse con restos de una antigua civilización. A partir de entonces el propósito del protagonista será encontrar pruebas que corroboren sus hipótesis, la existencia de todo un pueblo que hasta entonces había pasado ignorante para los arrogantes ojos occidentales. Las siguientes expediciones involucraran tanto la ayuda de esos primeros acompañantes como la ayuda de su combativa esposa Nina (Sienna Miller) y su renuente hijo mayor Jack (Tom Holland). Antes que un típico recuento biográfico, Z: La ciudad perdida avanza de manera episódica, pues el interés de los realizadores se encuentra en revelar las contradicciones del protagonista y su empresa, y no tanto en hilar una película que se acomode a los tópicos de los géneros. Mostrar los pasos de un hombre, su fugacidad, aun si es necesario romper el esquema del que se parte. El filme conjura un pasado con el que imagina lo que es vivir un ensueño, nos embebe en el delirio de su protagonista. Esta decisión se ve levemente arruinada por usar casualidades que parecen por momentos los inventos de un torpe narrador y no las inevitables consecuencias de una suma de eventos. Aun con ello, Z: La ciudad perdida no pierde su poder de sugerencia y su contundencia como relato límite.


Es de notar que la película se distancia del libro de no ficción que la inspira. Prima la lógica de la ficción sobre ese superficial deseo de ser fiel a los hechos basados en la vida real. La realidad no es sino un punto de partida para que se reelabore el conflicto de quien se siente inadecuado frente a una comunidad. La empresa de Percy parece movida por el ansia de demostrarle a una sociedad, que lo ha despreciado, lo equivocada que estaba.  No es gratuito, por otra parte, que Percy asista a una ópera en medio de la selva, lo que ineludiblemente tiene ecos del Fitzcarraldo de Herzog (la película cita a otras fuentes cinematográficas que son también base de su narración, así como es el verdadero Percy o el libro de no ficción de David Grann). El ser humano que tenazmente intenta imponer su voluntad se ve sumergido en Z: La ciudad perdida en entornos en que no puede conseguirlo. Percy ve frustrados sus deseos una y otra vez. Hay una realidad que supera al explorador, una que se ve magnífica por el lente de Darius Khondji. Ahora, Z: La ciudad perdida se resiste a ser un largometraje que se ajuste a las convenciones en la medida en que le da preeminencia al azar como motor del drama. No hay clímax en la película. Incluso la gran obsesión del protagonista es fruto de un tropiezo. El filme de Gray ocurre como si intencionalmente se hubiesen editado las transiciones que dan una motivación dramática a la trama, como si el sentido tuviese que inferirse con posterioridad. La película en este sentido imita a nuestras vidas, ya que el sentido viene después, cuando un ingenuo narrador cree encontrar un hilo en todo ello. Z: La ciudad perdida supone, además, una culminación de un estilo que Gray ha ido perfeccionado a lo largo de los años: uno que parte de la dramaturgia de clásica para ir derruyendo esa lógica por medio de un relato que es moderno y atmosférico. Este largometraje logra hacer confluir aquella dramaturgia con el desarrollo episódico de un modo natural, logra también crear una sensación de tenue ensoñación con la que se va narrando el modo en que ya no vemos como antes la revelación que nos ha de traer el explorador, sino que nos va contar su lenta e inevitable desaparición.




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