Z La ciudad perdida
De
manera inadvertida pasó por las salas de cine Z: La ciudad perdida. Una
señal de que aquellas aventuras "épicas" de antaño no gozan del favor
del público hoy. Esto está en consonancia con ese aire de nostalgia que permea
el magnífico filme de James Gray. Z: La ciudad perdida es una espléndida
crónica sobre el fin de la aventura. Su apariencia clásica encubre una
narración profundamente moderna. La obsesiva búsqueda de las ruinas de una
civilización desconocida es la excusa para dar pie a una historia que parece el
pálido reflejo de otras exploraciones, esas sí celebradas en tono rimbombante.
El largometraje narra entonces la historia de un explorador, Percy Fawcett,
para una audiencia a la que le son indiferentes las historias de exploradores. El
tono crepuscular es inseparable de un relato que parece no estar acorde a los
tiempos que vivimos. Sin embargo, el filme resulta fascinante. Una fascinación
que surge de la precisión con que evoca los tiempos en que sucede la historia,
de la exactitud con que retrata las virtudes y flaquezas de su protagonista. Z:
La ciudad perdida sigue las formas de las películas clásicas, si bien su
retrato es más bien impresionista. Gray elabora una fábula con apariencia convencional
que cuenta el fin del ilusorio relato del explorador invirtiéndolo: ahora, el
explorador ya no nos devela los territorios desconocidos, sino que el mismo se
termina por fundir en el misterio de ellos.
En
los albores del siglo XX, Percy Fawcett (Charlie Hunnam), oficial del ejército
británico, acepta la misión de la Royal Geographical Society para determinar la
frontera entre Bolivia y Brasil, y así evitar un conflicto bélico. Aunque no
sea una misión que en principio lo motive, Percy acepta con la promesa de
limpiar su nombre –manchado por el comportamiento de su padre– y de este modo
poder ascender en la institución. En compañía de Henry Costin (Robert
Pattinson) y Arthur Manley (Edward Ashley), Percy emprende un viaje en el que,
por casualidad, cree toparse con restos de una antigua civilización. A partir
de entonces el propósito del protagonista será encontrar pruebas que corroboren
sus hipótesis, la existencia de todo un pueblo que hasta entonces había pasado
ignorante para los arrogantes ojos occidentales. Las siguientes expediciones
involucraran tanto la ayuda de esos primeros acompañantes como la ayuda de su
combativa esposa Nina (Sienna Miller) y su renuente hijo mayor Jack (Tom
Holland). Antes que un típico recuento biográfico, Z: La ciudad perdida avanza
de manera episódica, pues el interés de los realizadores se encuentra en
revelar las contradicciones del protagonista y su empresa, y no tanto en hilar
una película que se acomode a los tópicos de los géneros. Mostrar los pasos de
un hombre, su fugacidad, aun si es necesario romper el esquema del que se parte.
El filme conjura un pasado con el que imagina lo que es vivir un ensueño, nos
embebe en el delirio de su protagonista. Esta decisión se ve levemente
arruinada por usar casualidades que parecen por momentos los inventos de un
torpe narrador y no las inevitables consecuencias de una suma de eventos. Aun
con ello, Z: La ciudad perdida no pierde su poder de sugerencia y su
contundencia como relato límite.
Es
de notar que la película se distancia del libro de no ficción que la inspira.
Prima la lógica de la ficción sobre ese superficial deseo de ser fiel a los hechos
basados en la vida real. La realidad no es sino un punto de partida para que
se reelabore el conflicto de quien se siente inadecuado frente a una comunidad.
La empresa de Percy parece movida por el ansia de demostrarle a una sociedad,
que lo ha despreciado, lo equivocada que estaba. No es gratuito, por otra
parte, que Percy asista a una ópera en medio de la selva, lo que
ineludiblemente tiene ecos del Fitzcarraldo de Herzog (la película cita
a otras fuentes cinematográficas que son también base de su narración, así como
es el verdadero Percy o el libro de no ficción de David Grann). El ser humano
que tenazmente intenta imponer su voluntad se ve sumergido en Z: La ciudad
perdida en entornos en que no puede conseguirlo. Percy ve frustrados sus
deseos una y otra vez. Hay una realidad que supera al explorador, una que se ve
magnífica por el lente de Darius Khondji. Ahora, Z: La ciudad perdida se
resiste a ser un largometraje que se ajuste a las convenciones en la medida en
que le da preeminencia al azar como motor del drama. No hay clímax en la
película. Incluso la gran obsesión del protagonista es fruto de un tropiezo. El
filme de Gray ocurre como si intencionalmente se hubiesen editado las
transiciones que dan una motivación dramática a la trama, como si el sentido
tuviese que inferirse con posterioridad. La película en este sentido imita a
nuestras vidas, ya que el sentido viene después, cuando un ingenuo narrador
cree encontrar un hilo en todo ello. Z: La ciudad perdida supone,
además, una culminación de un estilo que Gray ha ido perfeccionado a lo largo
de los años: uno que parte de la dramaturgia de clásica para ir derruyendo esa
lógica por medio de un relato que es moderno y atmosférico. Este largometraje
logra hacer confluir aquella dramaturgia con el desarrollo episódico de un modo
natural, logra también crear una sensación de tenue ensoñación con la que se va
narrando el modo en que ya no vemos como antes la revelación que nos ha de
traer el explorador, sino que nos va contar su lenta e inevitable desaparición.
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