Blade Runner 2049
2017.
Todavía no hemos podido ver las asombrosas imágenes que Roy Batty, el
replicante que pelea con Deckard, se ufanaba de haber mirado. Todavía se aspira
a deslumbrar a la audiencia con paisajes desusados, bellos y terribles. Blade
Runner 2049 no se distingue del primer Blade Runner en ello. Sí lo
hace al ampliar la imaginería de su precursor con sensibilidad y destreza. La
secuela se sirve de la película original como terreno sobre el que edificar un
universo para contar aventuras de seriado con aspiraciones filosóficas. La
versión de Denis Villeneuve procura balancear entre el esquematismo que
caracteriza a las secuelas –una repetición de la fórmula del original– y la
inserción de relatos nuevos. Y lo logra correctamente, como el estudiante
aplicado que busca complacer a todos. Blade Runner 2049 "dúplica" hábilmente a la original para satisfacer a los hambrientos
espectadores que han ansiado ver un mundo terrible y maravilloso. La película
es una fabulosa repetición, aunque no sea sino ocasionalmente un filme genial.
A pesar de sus peculiaridades, el largometraje no escapa a su carácter
genérico. Vale recurrir a lo que es casi un lugar común: la película de
Villeneuve, como muchas otras, es un indicador de nuestros tiempos: tiempos
melancólicos, turbios y chatos. Es un filme que capta, entre todos sus
homenajes y referencias, algo de la ansiedad de las personas de hoy. Y acaso
esto sea suficiente para resaltarlo, sin por esto llegar a convenir que se
trata de una nueva obra maestra de la ciencia ficción. Blade Runner
2049 es, como ya anotaron varios críticos, una película decente. Nada más.
1982.
Al prometedor Ridley Scott se le encargó dirigir Blade Runner –uno de
los tantos títulos que se consideraron para el proyecto–, una película de
ciencia ficción con alma de cine noir. Las exhibiciones previas
prendieron las alarmas de los productores, con lo que empezó el suplicio de un
largometraje que se vio modificado múltiples veces, uno que pasó de ser un
fracaso estruendoso a película de culto. Es fácil creer hoy que su novedad lo
hiciera insólito. Casi que se olvida que el proceso creativo que configuró a Blade
Runner fue el de una ecléctica fusión de elementos de los más diversos
orígenes: de temáticas propias del Western a un paisaje urbano en que las
pirámides conviven con gigantescas pantallas que publicitan productos de
empresas de 1982. Si en algo se puede acordar es que, en ese año, Blade
Runner era un extraño pasajero. Arruinado por ese intento por hacerlo
inteligible con una innecesaria narración en off, la cual ocultaba a un
lento y ambiguo relato detectivesco de carices filosóficos. Un filme que además
planteaba interrogantes que no resultaban tan evidentes entonces, en una
realidad que no estaba tan invadida por la tecnología como la de hoy. Hubo una
época en que se consideró a este Blade Runner un simple refrito. Con el
tiempo el filme fue creciendo, sumando seguidores y significados. Aun hoy
resulta ser un largometraje misterioso. A pesar de no ser uno de sus acérrimos
fieles, no puedo negar su magnetismo (que da tanto para su legión de fans como
para justificar secuelas.)
2049.
K (Ryan Gosling) es un replicante que trabaja como Blade Runner, policías que
cazan y matan a replicantes rebeldes. Es obediente y eficiente como los
androides de la nueva generación. Pero los descubrimientos que K va a ir haciendo
lo transformarán y lo llevarán hasta Deckard (Harrison Ford). Blade Runner 2049 plantea una historia que repite en líneas generales la de la original,
con variaciones y añadidos. Se trata de una hábil reinvención que inicialmente
respira con vida propia. Aun cuando las referencias al original y a otras
películas son constantes, el paisaje del largometraje deslumbra como novedad.
La labor de los realizadores suma nuevos elementos, como la muy alabada, con
toda razón, fotografía de Roger Deakins. Asimismo, el conflicto que vive K le
da un sabor distinto a los primeros dos tercios. Por instantes, la película
revela una inesperada poesía. Por citar un par de ejemplos, hay algo de sublime y extraño en la
escena en que Joi (Ana de Armas) y Mariette (Mackenzie Davis) besan como una
sola mujer a K, mientras que la escena del interrogatorio que hace una
máquina a K, por ser una máquina, es singular y opresiva. La película de
Villeneuve devela una alienación y una ansiedad propias del hombre de hoy.
Estas preocupaciones pasan a un segundo plano, sin embargo; pues se diluyen en
una resolución formularia. Blade Runner 2049 resuelve el conflicto de
acuerdo con el molde de los blockbusters, sin darle espacio a la ambigüedad
que caracteriza al original.
2017
(1982). Las secuelas tienden a anular la fantasía. Dan respuesta definitiva a
lo que una vez hubo de imaginarse. No debe censurarse del todo esto en Blade
Runner 2049. En cambio, si debe lamentarse el que el largometraje termine
siendo un pálido reflejo del original. El esquematismo devora toda poesía, todo
amago de individualidad. Blade Runner 2049 es cine de calidad hecho a la
sombra, cine consumido por la ansiedad de las influencias. O, en otras
palabras, un largometraje que hace eco de otro con ceremoniosa reverencia, uno que se inhibe de tener el más leve gesto de insolencia. La
película del 82 también citaba a fuentes del pasado, pero en una combinación
que produjo tanto desconcierto como fascinación. Los realizadores de la de hoy
sueñan con el pasado, comentan oblicuamente el presente, pero se atienen, en
últimas, a la fórmula. Pudo haber sido más, pero Blade Runner 2049 no es
sino una película decente. Mientras se trata de un asombroso y, por momentos, inspirado duplicado, no deja ese persistente vicio de jugar a lo seguro. Eso sí, cabe señalar que tanto hoy como en el pasado
persiste el ansia por ver imágenes asombrosas, imágenes que se pierden en el
flujo de sus innecesarias repeticiones y que se perderán, con todos los
significados que pudieron arrastrar consigo, para ser, como todo lo demás, parte
del olvido.
Tráilers : Blade Runner 2049
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