Twin Peaks
Las series de televisión nunca terminan, solo se
interrumpen. El final de la tercera temporada de Twin Peaks lo ha hecho
todavía más patente. La emocionante y misteriosa serie de Mark Frost y David
Lynch es en verdad un acontecimiento único en la televisión (y el
audiovisual, por decirlo de alguna manera). Su ambigua conclusión ha alimentado
a las ya voluminosas teorías e interpretaciones de los más diversas exégetas.
Estos intentos por encontrar una explicación que dé sentido a toda la serie son
tan inútiles como inevitables. Twin Peaks plantea un estimulante desafío
que resalta dentro de un panorama en el que la visión creativa de Lynch y Frost
sigue siendo una verdadera rareza. Para decirlo de otro modo, la serie es un
éxito inaudito de enorme creatividad y libertad en un medio que se caracteriza
por su apego a las fórmulas y las convenciones. Twin Peaks es un
formidable cataclismo que sacude los órdenes clásicos que dominan la producción
televisiva. De hecho, la serie se ha presentado como una película de 18 horas
dividida en igual número de partes –como antes se dividían las novelas al
publicarse por entregas en los periódicos–. Pero no es eso, o mejor, no es
solamente eso. También es una suerte de instalación y obra plástica; un documental
sobre el paso del tiempo y el envejecimiento cruzado con segmentos de cine
experimental; y claro, una serie de televisión en el sentido más convencional
del término. Pocas veces el adjetivo inclasificable resulta tan adecuado para
definir un trabajo artístico tan atípico como esta nueva Twin Peaks.
Hace ya 27 años Laura Palmer fue asesinada, hace 27
años su crimen fue el punto de partida de una serie que ha mutado en cada una
de sus apariciones. Twin Peaks: The Return no prosigue únicamente con la
mezcla de noir, melodrama, comedia de situación y cine de terror de las
primeras temporadas. Expande, distorsiona y comenta. Aun cuando vivimos una
época en que la explotación de la nostalgia se ha vuelto moneda corriente, la
aproximación de Frost y Lynch se aleja de la mera rentabilización comercial de
lo que una vez fuera exitoso. Si es el caso, esta nueva entrega frustra
intencionalmente las expectativas de los devoradores de la nostalgia al evitar
dar una solución rápida a los hilos que habían quedado sueltos, o al minimizar
el papel de personajes y leitmotiv que han ido adquiriendo el papel de
emblemas para buena parte de los seguidores de la serie. Casi como una especie
de inesperado McGuffin, la serie original (y la película de Lynch –Twin
Peaks: Fire Walk with Me– y los libros de Frost) es una excusa para
construir a partir de ellos un nuevo mundo extraño y salvaje.
Ahora, la trama se constituye a un tiempo en excusa
como hilo conductor. Los destinos de Dale Cooper y su doppelganger (Kyle
MacLachlan), los habitantes de Twin Peaks y los peculiares agentes del FBI de
esta realidad se ven cruzados por numerosos nuevos personajes y eventos.
Twin Peaks eleva las líneas narrativas en un modo exponencial como si
fuera un sendero que se va dividiendo incesantemente. La serie original brinda
un esqueleto alrededor del que se van añadiendo nuevos relatos y nuevas
experimentaciones. De este modo, una emisión puede saltar de una oscura trama
de violentos asesinatos ligados al malvado doppelganger de Cooper a una
secuencia de comedia absurda en que a un nuevo avatar de Cooper, Dougie Jones, se
le dificulta hacer las más simples actividades cotidianas y concluir en un
largo plano fijo de un hombre barriendo un bar. Twin Peaks puede
contenerlo todo, desde una provocación como la de sostener en otro plano fijo a
Sarah Palmer (Grace Zabriskie) viendo en televisión un loop infinito de
una pelea de boxeo a cerrar casi todas las partes con un número musical de la
misma manera en que muchos otros programas de televisión. La serie es un
híbrido que amalgama los rasgos propios de las series televisivas con
narrativas y formas audiovisuales de una naturaleza completamente distinta. Se
debe resaltar esta serie porque consigue sostener dicha amalgama en una sola
película enigmática, excesiva y seductora. Se trata de una mezcla en la que
todavía se recurre a la música de las primeras temporadas de Badalamenti como leitmotiv, por ejemplo, para introducir a personajes y situaciones, pero a la que se le añade un
significado nuevo que descoloca la versión ya establecida y reta el mundo
conformista en el que los espectadores hemos empezado a inventar certezas.
Con el final de la
temporada, Twin Peaks no cierra sus puertas. Antes bien, abre una nueva
puerta secreta. No hay un verdadero final para la serie, ya sabemos muy bien
que en realidad nada termina. En este gesto hay mucho de significativo. La
creación de Frost y Lynch (y tanto otros involucrados) revisita el pasado, no
como un mero hábito de celebración, sino para revisarlo, para crear a partir de
este. Twin Peaks reescribe el pasado y lo reafirma. Por una parte, la
trama misma puede interpretarse como un comentario doble: el de la
imposibilidad de revivir un pasado sin tener como consecuencia la reinvención
de dicha realidad, pues si lo pudiéramos hacer estaríamos atrapados en
otra vida, como también la explicitación de lo que hacen sus
realizadores con su propia creación, volver a ella para descubrir un mundo
nuevo, con sus propios dramas, alegrías y terrores. Por otra parte, uno de los
efectos más duraderos que deja la serie es ver el modo en que sus protagonistas
han envejecido; algo del placer y el dolor que causa el programa surge de ver
cada uno de estos rostros, otrora jóvenes, expuestos con todas sus arrugas. El
tiempo inexorable siempre deja su marca –y acaso sea eso en lo que consiste
toda narración–. El tiempo que es además cómplice en crear la asombrosa
experiencia, enigmática y desproporcionada, de una serie de aventuras a las que
se nos invita a ser partícipes. Por aquellas 18 partes uno puede vivir la
felicidad de entregarse a los inauditos paisajes de Twin Peaks, en la
medida en que se acepte abandonar las reglas que nos hemos habituado a acatar.
Esta serie es una placentera liberación que nos recuerda como el implacable
curso del tiempo nos suele conducir a un hogar inesperado.
De incluir a los números musicales, lo pondría todos, pero he terminado por escoger la canción "She's Gone Away" de The Nine Inch Nails.
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