Señorita María: la falda de la montaña


Y Dios la creó mujer. En contra de las expectativas, la historia de María Luisa desafía nuestras estancadas ideas sobre una Colombia que apenas comenzamos a descubrir en el cine. Que apenas comenzamos a descubrir, a secas. Señorita María: la falda de la montaña suena a relato excesivo. Excesivo como el subtítulo que parece subrayar lo ya evidente. Pero el nuevo documental de Rubén Mendoza confronta a su audiencia con una historia que se sale de los cursos normales que se habitúan en la sociedad colombiana. Una historia en que incluso lo evidente es anormal. El realizador colombiano ha presentado filmes que giran en torno a personas y personajes que viven en las afueras de lo establecido como aceptable o corriente, en marginales. La adición que supone Señorita María suma un emotivo perfil de una criatura que añade profundidad al catálogo de personas que Mendoza ha ficcionalizado y documentado durante su carrera. Más que en muchos de sus anteriores trabajos, el documental expone a una comunidad, arraigada en valores religiosos a través de los que la realidad es interpretada. Tanto María como los habitantes de Boavita comprenden sus vidas según lo que han entendido como cristianismo, al que vemos omnipresente en la vida cotidiana de la región. Señorita María revela a un personaje y a su lugar de origen, descubre uno de los muchos relatos ocultos en el país –aunque tienda a hacerlo con recursos que enfatizan lo que ya se ve en la imagen, aunque tienda a caer en el exceso–. Es un largometraje que, sin recurrir a la frecuente experimentación de películas anteriores del director, acaso logre su retrato más audaz, acaso sea su mejor película.

 
Una sinopsis del filme puede dar la idea de un relato a un tiempo artificioso y manido. La historia de un hombre que por propia inclinación decide ser mujer en Boavita, un pueblo que se relaciona con los Chulavitas, asesinos de filiación conservadora de la época de la violencia bipartidista, parece una línea narrativa insólita. Esa es precisamente la realidad que descubre Señorita María: la falda de la montaña. Antes que recurrir a una explotación de obviedades, el realizador procura que el espectador comparta las vivencias cotidianas de María Luisa. Ese día a día durante el que se confrontará a la protagonista con su propio pasado, ese día a día por el que se irán insertando los testimonios de los vecinos desconcertados sobre el por qué María Luisa es como es. Al incluir ambas narraciones entrelazadas, Mendoza consigue, por un lado, mostrar las fortalezas y contradicciones de una persona que ha vivido una existencia en contravía de imperativos sociales y, por otro, mostrar a toda una comunidad al presentar todo lo que no es. Ahora bien, lo más sorprendente de Señorita María es que lo insólito es puramente cotidiano, es que la extrañeza no es una mera provocación pop, sino más un cuadro romántico, o, en otras palabras, la representación de una sensibilidad, la terca imagen de alguien que no se traiciona a sí mismo. El filme expone a su personaje y a su  en torno, a pesar del que el realizador pueda recurrir a metáforas innecesarias como la que inicia y cierra el largometraje: una cámara se acerca por la carretera hasta detenerse cuando se le atraviesan primero unos animales y luego María Luisa, mientras que al final la misma cámara hace el movimiento inverso, alejándose de María Luisa entonces. Aun con ello, el documental tiene la rara cualidad de articular en una sola imagen el retrato de una persona que vive al margen, así como la de la comunidad que la margina.  


Señorita María es un largometraje que gira sobre la confrontación y la persistencia de un individuo en un ambiente hostil. Confrontación en el sentido en que a la protagonista se le hace enfrentar un pasado que la atormenta, confrontación también es el gesto del realizador que pone en el centro a un personaje que socialmente se ha puesto al margen. Persistencia en la medida en que la misma María Luisa se niega a abandonar sus propias decisiones con miras a ceñirse a las costumbres de la región. Es de notar que el largometraje subraya el papel preponderante que tiene las creencias religiosas para todos. La imaginería religiosa aparece con frecuencia, a la vez que oímos, entre explicaciones y relatos, invocaciones a todo tipo de interpretación cristiana. La misma María Luisa ha construido su identidad desde una peculiar mezcla entre la tradición y sus propias inclinaciones. Ella justifica sus decisiones desde lo que entiende como el designio de Dios. Se trata de una religión que usa María Luisa y que usan, además, aquellos que la discriminan por ser diferente. Mendoza va incluyendo testimonios de pobladores que, tal como en el Bernie de Linklater, van armando una red de voces distintas que reaccionan frente a esa extraña persona. El aire hostil se va instalando, casi como marca única. Señorita María no intenta dar una imagen distinta e imparcial. Antes bien, el mismo Mendoza hace de su participación una presencia clara en momentos claves del filme. El cine es una intervención cuyas consecuencias se hacen claras en la aceptación rabiosa de María Luisa al final. El documental es el retrato de una persona tenaz que ha superado la marginalidad y el anti retrato de la sociedad que la marginaliza. Todo en un solo cuadro. El país descrito por el mundo que ha puesto al margen, ese objetivo que hoy puede verse como el trasfondo de la filmografía de Mendoza, se alcanza con genuina síntesis en Señorita María: la falda de la montaña. 


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