Zama




La primera imagen de Zama es engañosamente conocida. Solo con el paso de los minutos se puede comprender que lo que vemos ha sido alterado por la perspectiva de su protagonista. El hombre que observa en la orilla con una postura que vagamente recuerda la de los conquistadores es Don Diego de Zama (Daniel Giménez Cacho), funcionario de la corona atrapado en un recóndito enclave del imperio. La seguridad y determinación que exuda pronto es remplazada por una incurable melancolía y por un permanente nerviosismo, por un sentirse fuera de lugar. La película comienza así, desde las imágenes preconcebidas, para ir mutando hacia otra imagen distinta, la de un mundo nuevo y extraño. Se parte de lo que se cree saber para llegar a lo desconocido, el filme se convierte en un recorrido a un territorio inexplorado en que sus habitantes son desconocidos de sí mismos. El nuevo largometraje de Lucrecia Martel cuenta el proceso en que el protagonista acepta el universo en que vive, lejano a las quimeras que habían marcado su existencia. Zama relata el despojo que sufre el protagonista, que pasa de ser funcionario de la corona a un americano más. Se trata tanto de un viaje interior como de una travesía propiamente dicha. Además, el filme aspira, ambiciosamente, a narrar la metamorfosis de una conciencia, un cambio equivalente a contar la historia americana. Aspira, de hecho, a reescribir la historia y ajustarse a una nueva realidad. Es, pues, la épica de un burócrata atrapado en un mundo nuevo.


El Zama de hoy tuvo como antecesor la novela de Antonio Di Benedetto. A su vez, la novela imaginaba una ficción que rompía con los paradigmas de las crónicas e historias de la colonia. En todas estas sucesivas reescrituras persiste el afán por atrapar la experiencia vivida. ¿Cómo era la vida colonial? ¿Qué significa, después de todo, vivir en América? La versión de Martel no intenta ser un fiel recuento historiográfico (se basa en una ficción), ni quiere replicar las representaciones de las películas y novelas históricas. Por ello, se toma libertades y altera de manera deliberada su puesta en escena –por eso incluye a personas de color en papeles que no estaban incluidos en la novela–. La imagen alternativa que busca la directora trata de darle voz a quienes han sido silenciados por historiadores y cronistas. Zama intenta revelar una verdad no dicha a través de su épica en voz baja.


El filme se divide en 3 secciones que siguen la narración episódica y fragmentaria de la novela. A Don Diego de Zama se le ha prometido su pronto traslado a España para estar junto a su esposa e hijos. Pero el lento avance de la burocracia lo ancla a la colonia. Gradualmente irá reconociendo que el traslado y la espera de una vida futura no se materializarán y que su vida se reduce a lo que ocurra en suelo americano. Lugar en que corteja sin éxito a la esposa de un ministro, se enzarza en una pelea con su secretario, se ve obligado a mudarse a una ruinosa pensión por no haber notado que uno de los funcionarios dedicaba las horas laborales a escribir una novela, tiene un hijo con una indígena y se enrola en una misión que busca atrapar al legendario bandido que ha asolado la región, y al que han matado en varias ocasiones. Zama narra todos estos eventos como episodios separados que afectan progresivamente la conciencia del asombrado protagonista.



Desde el comienzo el uso del sonido sirve para dar paso a una suerte de voz interior del personaje. Las escenas son interferidas por diversas voces que hablan en tono profético o simplemente deliran. No se trata entonces del dispositivo ortodoxo en que un personaje narra ordenadamente una historia para el espectador, sino es más bien un monólogo interior con que se va mostrando los cambios que sufre el protagonista. Este tratamiento sonoro se conjuga con las variaciones de encuadre que marcan cada una de las tres secciones de la película: más cerrados en la segunda y más amplios en su desenlace. Zama adapta la narración de Di Benedetto a través de estos procedimientos, los versiona para darle un nuevo sentido: el de la ruptura de unas concepciones –la mentalidad de Zama como parte de la corona española– a otras que se derivan de la experiencia en un territorio nuevo. Resulta destacable el filme de Martel al convenir la mutación de este personaje de modo plausible e iluminador.


La ficción es una forma de apropiación de territorios, afirmó Martel en el libro Estéticas de la dispersión. Zama se presenta como un ejemplo perfecto de tal propósito. Ya no vemos el relato oficial, ni las representaciones con que se ha estereotipado a la colonización de América (y también, por qué no, la historia de las nuevas naciones independientes). Ahora se reescribe desde las voces asordinadas esta Historia, para así observar la corrupción e ineptitud de los gobernantes, el desapego de los funcionarios, el aura legendaria que se ha otorgado a los bandidos y la inmensa melancolía que embarga a los americanos. Todo esto hace parte de Zama. Una película que desde su relato mínimo aspira a ser una película total. Un filme que busca quebrar los paradigmas establecidos para ir sembrando las ansias por explorar todo lo no-dicho sobre la Historia de este rincón del mundo. Zama es una invitación a iniciar una expedición que narre, de manera más ajustada, la experiencia de los individuos que han quedado ocultos a los grandes relatos históricos. Así, el objetivo que persigue el filme consiste en pasar de las imágenes establecidas a aquellas que se adecúen a nosotros.


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