Crisis de familia
Sobre Un lugar en silencio - El sacrificio de un ciervo sagrado -
Verano 1993
Todas las familias felices del cine se parecen,
pero resuelven sus problemas de formas distintas. Hace un mes coincidieron tres
películas que lidiaban con crisis familiares. Cada una solucionándolas a su
manera. Anotar las diferencias que hay entre ellas puede servirnos de indicador
del tipo de cine que representan. Este ejercicio nos ayuda a superar las
categorías con que tendemos a dividir a los filmes y encontrar un grupo que se ajuste
más a los rasgos de cada película. Antes que catalogar perezosamente a los
largometrajes bajo las abstractas etiquetas de cine de autor, cine comercial, o
cine arte; más vale desafiar aquellos conceptos que creemos absolutos con
base en las evidencias que nos revelan las películas mismas. El hecho de que
estos tres disímiles filmes giren sobre a un mismo conflicto (una familia en
crisis) sirve de excusa para ver en sus diferencias el espectro de propuestas
audiovisuales que se ofrecen para el espectador en la cartelera
comercial.
Es un nuevo fin del mundo. Una familia se las ha
arreglado para sobrevivir en una realidad inhóspita. La aparición de unos
monstruosos alienígenas se convierte en el momento en que los lazos familiares
se fortalecen (los protagonistas se apoyan para sobrevivir y no hacer el menor
ruido, pues este atrae a los depredadores). Y esto lo afirmo a pesar de que
Regan (Millicent Simmonds), una de las hijas, le entrega un ruidoso juguete a
su hermano, Beau (Cade Woodward) –esta pequeño acto de hermandad se convierte
en la causa de la muerte de Beau apenas comenzado el filme–. Un lugar en
silencio plantea el drama de la desaparición de uno de los miembros del
núcleo familiar como el centro dramático con que se contrasta al relativamente
genérico desarrollo del suspenso y terror de la película. Mientras que el
ingenioso punto de partida se desenvuelve apegado a las convenciones del
género, el drama se resuelve bajo las ideas preconcebidas que tenemos sobre las
familias: oasis en que sus miembros encuentran la protección del malvado mundo
exterior. La familia es una unidad que protege a sus miembros de la
desaparición (aquí presentado de forma muy literal). La ópera prima de John
Krasinski es un entretenido y predecible filme que varía sobre una premisa sin
atreverse a romper con el esquema que utiliza. Un lugar en silencio
ocupa el sitio que en el año pasado tuviera Don't Breathe y el
antepasado Lights Out. Filmes que variaban el género a partir de una
premisa distinta, aunque sin preocuparse por el drama que contaban. La
crisis familiar se limita a ser un punto de inflexión. Un lugar en silencio
se constituye, en realidad, en un ejercicio de estilo; absorbente por momentos,
aburridor de cuando en cuando. El largometraje, si se quiere, resulta una
admirable demostración de técnica en el que la familia y sus crisis no son más
que un mero pretexto.
El sacrificio de un ciervo sagrado. La
familia como prisión.
En lo que parecen las antípodas, se posiciona el
nuevo filme de Yorgos Lanthimos. Una película en la que las ideas preconcebidas
sobre la familia son desafiadas. La idílica vida familiar de los Murphy se ve
alterada con la aparición de Martin (Barry Keoghan), hijo de uno de los
pacientes de Steven (Colin Farrell), padre de los Murphy. Martin es huérfano
desde el momento en que perdió su padre en una cirugía realizada por Steven.
Aunque las relaciones entre ambos parecen cordiales, hay una tensión entre ellos que termina de
desatarse de manera inesperada: una extraña enfermedad abate a los miembros de
la familia Murphy. La única solución, le dice Martin a Steven, es que
sacrifique a uno de ellos. Pronto los resentimientos e insatisfacciones saldrán
a flote, pronto la unidad familiar se resquebraja, ya que cada uno quiere
sobrevivir, así sea a expensas de los otros. El sacrificio de un ciervo
sagrado comienza con los rasgos estilísticos propios del director griego.
Pero se va apegando, paulatinamente, a la lógica del cine de terror. Antes que cine de autor, Lanthimos copia el modo en que
se desarrolla el cine de género. Le introduce, sin embargo, toda una
narración que subvierte el molde. Lanthimos realiza una película al estilo de
Von Trier. Ni cine de autor, ni cine de género. Un híbrido con el que quiere confrontar
a la audiencia, con el que quiere incomodarla. Infortunadamente el filme
termina apelando a una provocación obvia en el último tercio, explicándose como
ocurre en las peores películas de cine comercial.
Verano 1993. La
familia como un nuevo mundo.
No solo la imagen de Verano 1993 se asemeja
a la cotidianeidad. También su forma de retratar a las familias y sus pequeñas
crisis. La realizadora catalana Carla Simón registra el día a día sin imponerle
una visión. Su objetivo es más bien filmarlo como un terreno a explorar, como
si se tratara de una nueva realidad. Lo que llamamos familia se define en esa
experiencia diaria, no como una idea preconcebida, ni como una idea a desafiar.
El verano de Frida (Laia Artigas) y sus nuevos padres se desenvuelve del mismo modo en que
vivimos las nuevas relaciones: un primer período de cordial estudio mutuo y un
segundo en que las verdaderas personalidades se revelan. Bien puede decirse que
por minutos la familia es refugio, mientras que en otros es prisión. Verano
1993 no intenta imponer una idea, sino hacer de la experiencia cotidiana
una forma de explorar qué significa el tener que cambiar de familia, qué
significa ser nuevo miembro en un grupo familiar. Por ende, las relaciones aquí
presentadas tienen un grado de mayor complejidad. Si observamos atentamente
nuestra vida diaria, esta se descubre extraña y sorprendente, tal como ocurre
en Ozu, en Rohmer, o en los filmes del recientemente premiado Hirokazu Koreeda.
Simón se suma a una serie de realizadores que antes que encorsetar a los dramas
en un género, o en buscar transgredirlos con un discurso subversivo, intentan
revelar los múltiples matices y ambigüedades de los terrenos que creemos
conocidos. La familia no solo es un nuevo mundo para Frida en Verano 1993,
lo es para todos nosotros, los espectadores.
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