Suspiria (2018) - Cine de terror sin miedo



La frustrante nueva versión de Suspiria recuerda a aquel estudiante que presumidamente cree corregir a un profesor en algo que no está equivocado. Esta nueva película es gris y opaca, larga y profundamente solemne. El completo opuesto de la de Argento. Y en sí mismo esto sería elogiable de no ser porque vemos un filme perfectamente tedioso. La Suspiria de hoy no es únicamente una película de terror en que una joven bailarina se ve atrapada en una perversa conspiración, también es una confusa alegoría sobre los efectos del Holocausto y una vaga reflexión sobre la situación sociopolítica de la Alemania de los 70. Antes que ampliar nuestra perspectiva, estas alusiones parecen presuntuosos McGuffins con los que el filme busca elevar su relevancia (como si aquello fuera necesario). Para colmo, todo sirve a un desabrido melodrama que termina resolviendo conflictos que nunca termina de exponer en su largo metraje. Suspiria es una tortuosa forma de experimentar una nueva forma de tedio.



Ahora, este remake podría sumarse a esos vanos esfuerzos por reinventar innecesariamente el pasado. Ya no un Pierre Menard, como el Gus van Sant que rehízo Psicosis, sino un autor que utiliza el relato original para añadir un comentario histórico que no se sale de mera enunciación de referentes de toda índole. Un autor que quiere hacer unas notas al pie del filme original. Uno podía suponer que la intención del realizador italiano buscaba revelar un aspecto más sórdido escondido en un simple relato de horror, el horror de la Historia (y su redención). Como tal, Suspiria fracasa, ya que nunca persuade a su espectador de la importancia de esta Historia. El ejercicio posmoderno de Guadagnino desplaza el terror a un margen para poner en el centro conflictos más terrenales, conflictos más semejantes a los de otros filmes del realizador.


No hay lugar para el miedo en Suspiria. Una de las mejores secuencias del remake muestra la horrible transformación de Olga (Elena Fokina) mientras Susie (Dakota Johnson) demuestra sus habilidades en una suerte de trance. Olga muere víctima de un embrujo. Una muerte que, si bien sorprende, no produce horror alguno. Se trata más bien de una mecánica impresionante desprovista de cualquier emoción. A pesar de la increíble demostración de técnica de los realizadores de esta nueva Suspiria, el filme parece carecer de cualquier interés por explorar las emociones de sus criaturas (lo que resulta paradójico para un filme de terror, o para un melodrama). Primero están las indiscutible virtudes técnicas, primero están las elucubraciones de Guadagnino. En definitiva, el realizado remplaza el horror del original por una engreída muestra de su destreza, por un comentario político innecesario. Suspiria es cine de terror sin miedo. 






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