Histeria


No exageremos. No es para enfados, ni para elogios. No es para tanto. Simplemente otra comedia romántica que para variar nos enseña como se rompieron atavismos sociales para dar rienda suelta a tantos deseos insatisfechos. Sin histerismos, por favor.
Histeria es un film convencional que acierta cuando es llanamente ligero, pero que se empatana cuando muy directamente bordea con el panfleto. Uno se complacerá al subrayar las conquistas sociales de la sociedad  de hoy, de cómo los prejuicios, las discriminaciones, et. al. han sido superados para que seamos una sociedad más fraterna y satisfecha. Claro, en eso si se exagera, si bien hay progresos innegables. Ahora, las exageraciones aumentan si se considera este divertimento, como muchas otras comedias románticas, intenta mostrar lo mucho que ha progresado la sociedad anglosajona desde la época victoriana. Más cuando la excusa para decirlo es una historia que bien podía resumirse así: la invención del vibrador acabó con la Histeria.


Histeria comienza con Mortimer Granville (Hugh Dancy), un joven médico, progesista y dedicado, que, dado el retardatario círculo profesional de medicina de finales de siglo XIX, tiene dificultad en conseguir un trabajo fijo en la que realmente cure a la gente. Mortimer no se rinde, si bien podía no trabajar en lo absoluto si aceptara el dinero de su amigo Edmund St. John-Smythe (Ruppert Everett), aristócrata fanático por los últimos adelantos de la tecnología eléctrica. Las dificultades laborales de Mortimer terminan cuando consigue un puesto en el consultorio privado del Dr. Robert Darlymple (Jonathan Price), centro especializado en tratar la Histeria femenina de mujeres adineradas. La cura consiste en realizar un "masaje pélvico" que alivia el Mal que sufre la paciente. Mortimer tiene éxito y se acostumbra a su posición en la casa de Darlymple, en la que vive con la dócil Emily (Felicity Jones), con quien convenientemente Mortimer se promete. Claro, falta aquí la indómita Charlotte (Maggie Gyllenhaal), luchadora social y (pre-)activista. Charlotte critica abiertamente el falaz método de su padre para conseguir dinero a costa de ese Mal, y, además, abandona todo el lujo para trabajar en una suerte de falansterio.


Sin embargo, no todo resulta bien para Mortimer en el consultorio. El continuo "masaje pélvico" le produce un síndomre del tunel carpiano que reduce sus facultades para satisfacer a las clientas. Tal fracaso provoca su inmediato despido. Entonces, aparece su amigo Edmund con el que coincidencialmente descubre que uno de los aparatos eléctricos que tiene estimula los músculos de su dolorida mano. Al instante lo relacionan con el Mal y tras una corta experimentación dan con que el nuevo aparato satisface más cómodamente a la ávida clientela. Todo esto no estaría completo, sin que tales avatares hubiesen de conducir a los personajes, y en particular a Mortimer, a descubrir lo que  realmente quieren, y a quién Mortimer quiere. Ya no cederá a esa hipócrita sociedad victoriana, y con la ventaja de ser rico por el nuevo invento, podrá vivir cómodamente con quien realmente desea, Charlotte.


Histeria utiliza personajes caricaturescos para mostrar, a la vieja usanza, vicios o defectos de la sociedad -no la de hoy, sino la victoriana. El Dr. Darlymple es pues el burgués acomodado más preocupado por las apariencias y por sus ganancias que por curar al prójimo. Edmund es el inventor extravagante, Emily la joven sumisa y disciplinada, Charlotte la díscola luchadora por la igualdad social, Mortimer el pusilánime de buen corazón. Resulta un tanto irónico, involuntariamente, que se hable de un desafío de las convenciones por medios tan convencionales. Los personajes son caricaturas que a veces dan pie a alguna crítica (o elogio) social,  a veces permiten que la trama prosiga, y a veces, sólo a veces, actúan como personajes y no caricaturas. Por momentos en Histeria es más importante el mensaje que la película -que es cuando resulta pesada y cargante, por momentos es más importante el chiste y en ese momento resulta entretenida como divertimento.


El punto central del filme es el modo en que se enmascaró una falencia sexual para que fuese satisfecha dentro del rígido corsé de las costumbres sociales de una época. La tensión entre el sexo y su represión es lo que subraya la comicidad con la mayoría de personajes de clases altas -en la película- intentan ocultar lo que están haciendo. La directora Tanya Wexler aprovecha tal tensión para subrayar el humor en cada una de las situaciones de la cinta. Es indudablemente cómico el que el Dr. Darlymple le muestre como hace un "masaje pélvico" a Mortimer por medio de eufemismos con una supuesta aura de profesionalidad, por ejemplo.


No obstante, ese humor tiene un objetivo didáctico: mostrar cuánto hemos progresado a nuestra sociedad en la que reina la correción política. Si uno mira otras comedias románticas, como Amigos (Intocables), bien puede pensar otra cosa de nuestra sociedad. La cinta de Wexler es genuinamente convencida en los ideales de tal correción política, lo que no deja de tener su encanto -y su grado de ingenuidad. La excusa del vibrador sirve para criticar, una vez más, a la sociedad victoriana, a sus contradicciones y sus falacias. Es difícil discutir lo que promueve Wexler en su película. Pero el tono pedagógico con el que se presenta la cinta caricaturiza no sólo a sus personajes, sino, hasta cierto punto, estas mismas convicciones.


Es crucial en cuanto a ese discurso el personaje de Emily. Al principio ella es simplemente la hija dócil que según el mismo protagonista representa los valores "británicos". Al final de la película ella se libera de la necesidad de satisfacer las apariencias y los deseos de su padre. Por tanto, el vibrador debía ser la excusa para mostrar como unos personajes cambian su modo actuar para ser más consistentes con lo que realmente quieren. La dificultad reside en que el vibrador no es una simple excusa, y en que la crítica y ese discurso se limita a escenas más bien deshilvanadas.

 
Otro tanto pasa con el mismo Mortimer que durante la película aprenderá que debe seguir siendo fiel a sus ideales, pues no hay nada que valga tanto como sus consignas. En esto Histeria es idéntica a miles de películas que predican los buenos valores, superficiales estos, que celebran la Vida de modo ligero y simple, una vida de otro mundo claro está.

 
Aun con ello Histeria mantiene una gracia simple cuando se concentra en ser una comedia que muestra cómicamente la insostenible posición que tenía la sociedad victoriana entorno al sexo. Es disfrutable como un divertimento por buenos segmentos. La intención por añadir un discurso serio y correcto en realidad no da frutos, sino que simplifica aquello que debía estar defendiendo. Más cuando el tono ligero de Histeria roza con lo intrascendente. Pero no hay que hacer de ello un alegato, ni hay que aplaudirlo a rabiar. Histeria es una cinta como otras, y satisface por momentos. No hay nada memorable en ella, ni nada que uno quiera de inmediato olvidar.




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