Dos días, una noche
Tras unos meses de licencia para curar su depresión, Sandra (Marion Cotillard) se entera de que ha sido despedida después de que el dueño de la fábrica sometiera al voto de sus compañeros la decisión entre que ella mantuviese su puesto, o que ellos recibieran un bono al año por trabajo extra. Por ruegos de una compañera de trabajo el jefe accede a que se repita la votación, esta vez secreta, el lunes que sigue. Sandra tiene el fin de semana para buscar a cada uno de sus compañeros e intentar persuadirlos de que voten para que ella siga en su cargo. No tiene otra opción: la situación de Manu (Fabrizio Rongione), su esposo, e hijos la obligan a no quedarse sin trabajo para poder seguir viviendo en la casa que están pagando. Aunque el periplo de ruegos para Sandra, quien todavía se está recuperando de su enfermedad, es todo un martirio, la necesidad, junto con el apoyo de su esposo, la hacen ir en busca de cada compañero y proseguir con su empresa. Renunciar al bono extra no es realmente una opción para esos compañeros, que necesitan el dinero extra, más cuando algunos trabajan los fines de semana o tiene sus propias necesidades por cubrir. El periplo de Dos días, una noche es necesariamente repetitivo, como lo es la vida. Sandra irá de una puerta a otra, y a medida que lo haga, a medida que los pequeños incidentes de la vida cotidiana se vayan sucediendo, ella irá cambiando -o mejor, irá redescubriendo rasgos en ella que por su enfermedad y en su situación parecían sepultados. Para el observador atento Dos días, una noche es el proceso de transformación -o el proceso de despertar- de un personaje. El optimismo del film reside en esa posibilidad, y su maestría reside en hacerlo ver como algo absolutamente genuino.
El carácter genuino del cine de los Dardenne en buena medida deriva de haber sido fieles a una serie de parámetros para la realización de sus films. No hay mayor alteración en la posición de estos realizadores belgas en este nuevo largometraje, así incluyan a una actriz tan reconocida como Marion Cotillard. Narran una historia de la clase trabajadora obrera belga, desprovista de efectismos y efectos, sin música de acompañamiento, ni enfatizando los momentos dramáticos. Dos días, una noche recrea la ordalía que supone para Sandra tratar de sobreponerse a su enfermedad para rogarles a sus compañeros que renuncien a un bono que necesitan. Un proceso nada fácil para nadie. A. O. Scott observa que la clave de la película se encuentra en que los realizadores no editan ningún encuentro, sin importar lo emotivo, desagradable o cruel que sea. La ética de los Dardenne frente a la experiencia audiovisual sigue en firme, y de un modo importante consiste en observar sin concesiones sensibleras lo que le ocurre a un personaje. No ha de alterarse la naturaleza del relato, ni tampoco quitar situación alguna para hacer al film más digerible. Eso sí, el objetivo de este martirio es una renovación. El descubrimiento de la tenacidad del espíritu de una persona que parece derrotada, como la afirmación de una solidaridad inesperada. La aparición de estas nociones provienen del relato mismo, van apareciendo en pantalla como consecuencias de lo que ocurre, con naturalidad y sin esfuerzo. No se trata de un cine-ensayo, sino de un cine-fábula. Los Dardenne han evolucionado de documentalistas a fabuladores.
Ciertamente el tipo de cine de los Dardenne tiene sus orígenes, y en ellos se puede mencionar que el de Robert Bresson es su padre, y un hermano del mismo. Dos días, una noche hace notorias sus diferencias, no obstante, en la medida en que la preocupación moral de los Dardenne parece ponerse en un lugar algo más preeminente al del cine de Bresson. De hecho, es un cine-moral lo que practican los realizadores belgas, del mismo modo que en su momento lo hizo Rohmer y que lo hace Soderbergh, por poner un par de ejemplos dispares. Acá entendamos por moral el modo de comportamiento de un individuo comparado con su modo de pensar y con sus creencias. Cine-moral, que por lo demás, tiene variaciones y matices según quien sea su director o realizador. Utilicemos los ejemplos. En el caso del cine de Rohmer, el director planteaba situaciones en las que el modo de pensar de un personaje entra en un dilema moral que obliga al personaje a decidir si viola su moral, una fórmula que le permitió a Rohmer crear una lectura divergente al filmar un drama corriente. El cine de Soderbergh, entre tanto, está más interesado en las costumbres de las personas y las diferencias que se encuentran entre un código moral y el modo de actuar de estas personas -véase Sexo, mentiras y video o su reciente Efectos secundarios. Ahora, el cine-moral de los Dardenne se interesa más por hacer una descripción de una sociedad -la vida actual de la Bélgica en que la lógica del capital ha derruido formas de comportamiento y estilos de vida- para contraponerla con remanentes de modos de actuar que, en el caso de Dos días, una noche y de El niño de la bicicleta- resultan imporantes para la vida en sociedad. Se trata, entonces, de una reivindicación de cierto tipo de humanismo que surge de sus actores y de las situaciones en que están involucrados, como si fuera esto una cuestión involuntaria que llevan las personas como herencia de formas de actuar del pasado. Un humanismo latente que se hace presente en estas situaciones difíciles. El reconocimiento de la solidaridad y la fortaleza de Sandra llenan al film de un optimismo extraño en el cine de hoy. Curiosamente la única película comparable en esa aura de positiva renovación, con todas las diferencias de idiosincracia y realización cinematográfica que tienen, es la vital Frances Ha de Noam Baumbach. En ambas películas los dos personajes superan crisis y abrazan, al final, el incierto futuro con mayor ahínco. Teniendo en cuenta todo esto no debe llevarnos a equívocos, Dos días, una noche no predica moral alguna -eso sería moralismo. Enfatiza y trata de recuperar características de las personas que en su radiografía crítica se encuentran casi que ausentes en nuestra contemporaneidad. El cine-moral de los Dardenne es uno que intenta provocar cambios, pero que no alecciona sobre qué hacer o cómo hacerlo, es un cine cuyo interés es ético, pero que evita proclamar moralejas.
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